25 noviembre 2010


¡Rechazo a todos los tipos de violencia hacia las mujeres!

Hoy a las 19.00, concentración en la Puerta del Sol.

23 noviembre 2010





Saltar de la olla.

El día de hoy ha amanecido en España con noticias amenazantes, que aunque de longitudes lejanas, nos han devuelto por un momento a tiempos olvidados de miedo nuclear. El ataque de Corea del Norte a una isla surcoreana se ha convertido en la noticia del día, portada en todas las ediciones de los diarios digitales.

Como humanos, a menudo solo calibramos los riesgos de una amenaza cuando esta se ha concretado, cuando la amenaza deja de ser tal para convertirse en un hecho, en una consecuencia que nos despierta del letargo y de la tendencia irracional y a menudo inconsciente a minusvalorar aquellas amenazas que no se nos muestran evidentes o nítidas, pero que pueden tener consecuencias catastróficas.

La parábola de la rana hervida ilustra a la perfección este comportamiento, fuertemente arraigado en el cerebro humano. Si ponemos una rana en una olla de agua hirviente, inmediatamente intenta salir. Pero si ponemos la rana en agua a la temperatura ambiente, y no la asustamos, se queda tranquila.

Cuando la temperatura se eleva de 21 a 26 grados, la rana no hace nada, e incluso parece pasarlo bien. A medida que la temperatura aumenta, la rana está cada vez más aturdida, y finalmente no está en condiciones de salir de la olla.

Aunque nada se lo impide, la rana se queda allí y se cocina. ¿Por qué? Porque su aparato interno para detectar amenazas a la supervivencia está preparado para cambios repentinos en el medio ambiente, no para cambios lentos y graduales.

A los seres humanos nos ocurre algo parecido con la amenaza del cambio climático. Implica unos cambios tan graduales en nuestro medio ambiente, que no estamos preparados para percibirlos instintivamente. Solo racionalmente hemos sido capaces de darnos cuenta de que, siguiendo el ejemplo de la rana, el agua de la olla se estaba calentando.

Afortunadamente, nosotros estamos aun a tiempo de reaccionar y evitar quedar hervidos. Tenemos el conocimiento científico y tenemos herramientas para evitar las peores consecuencias. Hace falta voluntad política para estar a la altura de los riesgos que afrontamos. Pero si no percibimos e interiorizamos la amenaza hoy, “mañana” puede ser tarde.

La noticia que hoy traigo a este blog nos recuerda que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen creciendo, a pesar de la crisis. Que conociendo como conocemos los riesgos, no hay excusa posible para que la comunidad internacional no reaccione y eleve su nivel de compromiso para resolver el mayor reto que ha conocido este planeta como tal, y con el toda la humanidad.

David Herrero
Stager GPS
Adscrito a la portavocía de la Comisión Mixta para el Estudio del Cambio Climático


Con salida, todavía.

En tiempos en los que desde determinadas altas instancias y particulares pequeños Estados se condena y se persigue al relativismo, magníficos ejemplos vuelven a poner de manifiesto la trascendencia de las escalas y los enfoques, la necesidad de priorizar sobre lo vital, con mayúscula, y no sobre lo superfluo, por artificial.

Desde perspectivas ególatras nacidas en lo que consideramos de nuestro interés, como individuos, como naciones o como sociedades, focalizamos nuestros desvelos en lo inmediato, y dejamos atrás, dándolo por sentado, por permanente, el origen, la razón, el por qué.

Miremos prácticamente hacia donde miremos hoy en día en nuestro pueblo manchego, en nuestra familia andaluza o en nuestra ciudad de Madrid, la preocupación que desborda cualquier conversación viene derivada de cualquiera de las expresiones de la mal llamada crisis económica global. Y en cierta medida, es lógico. Nos preocupa tener un trabajo, indefinido, que nuestro hijo vaya a un buen colegio, a poder ser público, y que nuestra madre cobre una pensión, que se revalorice sí o sí. Nos preocupa poder llenar el depósito del coche y echar lo máximo y lo mejor a nuestra cesta de la compra, y nos preocupa la paz, a veces.

Nos inquieta el día a día, y seguramente sea así porque hemos delegado la responsabilidad del mañana o bien en una deidad etérea o bien en otro, lejano, que ya velará por el mejor devenir de los acontecimientos. Pero si se levanta la vista y se cambian las gafas de cerca por un buen telescopio que nos dé distancia, perspectiva, nos encontraremos con que nuestros problemas cotidianos, hipercoyunturales, son cruciales para nosotros porque no tenemos problemas de mayor envergadura, o eso nos creemos.

La omnipresente crisis económica de los países desarrollados parecía una oportunidad en algunos ámbitos, entre ellos en uno fundamental, para la pervivencia de la habitabilidad del planeta, ni más ni menos. Durante meses se consideró que la caída en la actividad industrial en los clásicos motores económicos supondría un respiro para el globo, un alto al cambio climático, pero ha resultado un ejemplo más de nuestro exagerado astigmatismo.

Los países emergentes, aun con balas en la recámara, continúan disparando sus tasas de emisión, mientras, la reducción alcanzada fruto de los esfuerzos unilaterales y/o de la crisis económica apenas alcanza ni para embridar a un caballo desbocado que se acerca a la línea sin retorno de las 400 partes por millón.

En nuestras manos está todo, porque no hay nadie más para resolver lo que nosotros mismos hemos originado. Y, afortunadamente, nos hemos dado algunas herramientas para poder hacer bien las cosas. Una de ellas, quizá una de las últimas oportunidades, arrancará en unos días en Cancún. El planeta aguanta la respiración porque ya no puede más y la dirección que establezca lo que allí se acuerde posibilitará el retomar una buena senda, la de la supervivencia, o todo lo contrario.

Estamos a tiempo de escribir una carta urgente a los Reyes Magos, telescopios para todos, y que los dejen primero en Cancún, a ser posible.

Fran Martín Aguirre
Colaborador de Fernando Moraleda

15 noviembre 2010



Un catálogo, un hito.


Los daños ocasionados en los ecosistemas naturales por las especies exóticas invasoras no son el resultado de una anomalía biológica. Es la globalización comercial la responsable de una multiplicación exponencial del número de especies y ejemplares que, lejos de su hábitat natural, se han introducido en ecosistemas ajenos por la mano del hombre.

A ello habría que añadir los efectos nada desdeñables del cambio climático, la sobreexplotación de recursos y la mala gestión de los residuos, de manera que en su conjunto estamos en presencia de un grave impacto sobre nuestra biodiversidad. Los “forasteros” sean plantas, animales u otros organismos se han convertido en un problema medioambiental, económico, social e incluso de salud pública.

La ley del Patrimonio Natural y la Biodiversidad, aprobada en 2007 gracias al impulso del gobierno socialista, pone de relieve la trascendencia de la lucha contra las especies exóticas invasoras, haciendo especial hincapié tanto en la identificación de las especies ya presentes y de las potencialmente peligrosas, como en el desarrollo de la metodología de erradicación y la persecución de los mercados y actividades que provocan este fenómeno.

Por todo ello, merece celebrar, tal y como hoy publica EL PAIS, la aparición de nuestro primer catálogo de especies invasoras; una criatura de la Ley de 2007 que supone el primer hito relevante en la política conservacionista en España.

Como además compartimos con el resto del mundo la amenaza de este proceso global, es esencial prevenir la entrada y salida de especies potencialmente dañinas para lo cual es de enorme importancia la Convención para la Diversidad Biológica y del Programa Mundial de Especies Invasoras, del que, desde su origen, España forma parte.

Como diputado, creo que estando como estamos en la interfase entre la ciudadanía y la acción del Gobierno, tenemos un papel muy importante a la hora de incrementar la visibilidad que se otorga a la biodiversidad, encontrándose entre nuestras responsabilidades el intentar situarla en la primera línea del debate político y, a la vez, sensibilizar a la ciudadanía sobre las gravísimas consecuencias que su pérdida acarrea. Su año internacional va terminando, pero su valor ha de perdurar.